Archivo diario: abril 4, 2012

Jesus Christ

 

Daniel R. Nul

(aunque parezca inverosímil, es verídico)

 Aquel congreso en Jerusalén fue memorable. El marco que prestaba la ciudad  como centro de una  gran parte de la historia de la humanidad, era muy impactante.

El comité científico nos había otorgado una conferencia para que presentáramos nuestros resultados y  durante veinte minutos tuve oportunidad de explayarme como pocas veces lo había hecho.

Estaba muy satisfecho con la performance tantas veces ensayada, mi acento y pronunciación en  inglés americano me sonaba por lo menos a mí, a la altura de Frank Sinatra.  Mis compañeros desde la tribuna denotaban un aura de placidez luego de haber sorteado exitosamente el punto culminante de la tensión habitual en estos eventos.

Los colegas ya se estaban posicionando para que el presidente de la mesa les cediera el micrófono y, así, poder hacer sus preguntas. El profesor Ceremuzinsky había sido asignado como coordinador del evento – lo que no era mera casualidad puesto que pocos podían explayarse en este tema como él – .

Así, pues, en un inglés claro, teñido de acento polaco, se extendió en una larga reflexión. Sus observaciones eran por suerte amistosas y transmitían una inocultable simpatía hacia nuestro estudio.

 Podía observar desde el podio, las caras de mis camaradas que seguían mis réplicas con una expresión mezcla de pánico y aprobación. ¡Estaba debatiendo nada menos que con el profesor Ceremuzinsky!

Los que esperaban de pie frente al micrófono de sala para hacer sus preguntas, empezaban a demostrar impaciencia por la larga  exposición del coordinador.

Por fin llegó el turno del primer científico para hacer su pregunta, que parecía bastante molesto por la larga espera.  La costumbre es que cada participante arranca presentándose con su nombre, pero este prefirió hacerlo de una manera sorprendente.

¡Jesus Christ! – dijo, y todos nos sentimos sacudidos por el exabrupto. Luego inquirió sobre los efectos colaterales descriptos en el estudio.

Pero yo ya estaba algo mal predispuesto por su expresión que me pareció una grosería innecesaria y, además, su acento era marcadamente tipo “Pato Donald” y me costaba entenderlo.

¿Qué pasó? ¿No fui lo suficientemente claro en este tema?

¿Su expresión “Jesus Christ” significaba que desconfiaba de lo que yo había hablado? Peor aún, ¿también ponía en duda las alabanzas que acababa de recibir, nada menos que del profesor Ceremusinsky?

Mi paranoia apareció inesperadamente y  contrarrestó la humildad franciscana aconsejable cuando se habla de temas cientificos. No podía dejar dudas en la audiencia. Nuevamente busqué con la mirada la aprobación de mis colegas y me pareció que estaban tan indignados como yo.

Arremetí con vehemencia contra el “pato Donald” de modo tal que al contestarle, su pregunta pareció infantil. No hubo contrapregunta y dejando lugar a otro científico, se retiró con cierta expresión de desconcierto.

¡Jesus Christ!¡Nada menos que en tierra santa!

Al finalizar la sesión se acercó sonriente y después de un saludo formal me dio su tarjeta personal.

El logo lo identificaba como procedente de Boston, Estados Unidos, Universidad de Harvard.

Su nombre era Jesus Christ, MD.