A ver, a ver…¡aquí está! —señala con el dedo, luego de dar vuelta una hoja del diario La Nación—; mmh…mmh, terminas muy claramente desenmascarando a estos haraganes alborotadores, al pan pan y al vino vino. Leyendo en voz alta: «concluyendo el secretario de la policía de la capital, Dr. Manuel Mujica Farías, manifiesta como motivo fundamental de su presentación, que (acentúa la voz) aquí no trabaja el que no quiere». (1) Así es mi viejo amigo Pedro Seguier, es la más pura verdad. Es por eso, que cumpliendo con la responsabilidad de mis atribuciones, La Nación habla de la presentación del proyecto de ley de represión de la vagancia que le remití al Ministro del Interior. ¡Basta de condescendencia y mano blanda con estos gringos holgazanes! Es necesario seguir los ejemplos de nuestros mayores, cuando exigiendo la papeleta de conchabo, limpiaron nuestros campos de vagos y mal entretenidos, como los llamaban. Si no, al ejército de la frontera, que sirvieran para algo, ya que nos hacían falta soldados contra el salvaje. …Ah, y que no sigan diciendo que no consiguen trabajo, si no, ¿por qué dos por tres sin motivos se confabulan para no trabajar? La huelga según ellos dicen. Yo digo huelgan los comentarios, ¡es el jolgorio! El que así sentenciaba estaba de levita, solemnemente sentado con la espalda erguida descansada sobre el alto respaldo. Sostenía por el asa, graciosamente entre el índice y el pulgar, una tasa de porcelana inglesa que estaba a punto de llevarse a la boca, y su otra mano se apoyaba sobre el puño de plata de su bastón de roble. Un mayordomo, abriendo las dos amplias puertas de madera y cristales, anuncia que el carruaje esta listo y esperando. ¡Vamos amigo don Pedro, nos están esperando en el Departamento Central!
Atraviesa rápido la puerta del café dirigiéndose derecho al estaño, cuando oye su nombre pronunciado con cierta ironía. ¿Pero si es el Carlos Federico?, acerca una silla. Antes de sentarse se abraza y palmea con el hombre que lo llamó. —¡Siempre igual vos José!. Hola tío vos por acá—. El apodado tío esta sentado, inclinado sobre la mesa, leyendo afanosamente. Levanta la vista y apoyando firmemente el dedo índice en una línea del diario dice: —¡Miren… lo que acá dice este mal parido de Mujica Farías!, «aquí no trabaja el que no quiere»—. Se ve que este secretario de policía —dice José— no lee La Prensa de hoy. Desplegando el diario sobre la mesa: —Aquí está… es el sexto artículo de la serie «Los Obreros y el Trabajo», comienza diciendo (lee en voz alta y clara): «Enorme proporción de desocupados. Casi 50.000 en Buenos Aires”. (2) Se ve —dice Carlos Federico— que la Prensa representa a otro sector de la oligarquía que La Nación. Y escuchen como termina describiendo clarito la situación. Sobre un total general de 235.335 individuos, tenemos 46.500 desocupados, es decir, 25%, la cuarta parte exactamente. Fácil será pues en adelante, después de estos minuciosos datos, establecer las dificultades con que se lucha para obtener trabajo bien remunerado,…”. Como han cambiado los tiempos y la Prensa —dice el tío que se llama Paolo—, recuerdo cuando hace unos años era el portavoz de los que acusaba a los desocupados de «vagos concientes», porque se negaban a ser empujados al Chaco por el gobierno, en condiciones de trabajo feudales e inhumanas, como contaban en sus cartas los compañeros colonizadores del norte. Los socialistas organizamos un acto en un teatro, no recuerdo cual, para «protestar contra el gobierno y exigirle trabajo», y a la salida nos formamos en columna bajo el grito de «A La Prensa». El teatro era el Doria —interviene José—, en ese domingo frío y gris de un destemplado invierno, la sala vieja y desmantelada del teatro estaba de bote a bote con 5.000 desocupados y muchos quedaron en la calle, porque no entraban en el local. Nuestros camaradas tenían una ira callada, algunos parecían famélicos o vestidos con ropas harapientas, con la mirada torva de bronca de los ácratas. Porque los anarquistas éramos mayoría y organizamos la masa que se lanzó a la calle con la consigna: «A La Prensa, a La Prensa «. Hasta tu compañero Dickman, cuando el carrero anarquista Ezquerre —el del tremendo tajo en la cara— lo levantó de las solapas diciéndole: «Ha llegado el momento de hacer la revolución social», le dio la razón y el brazo para encabezar la manifestación. (1) No me corras con Dickman, tengo más diferencias con ese timorato socialista reformista que con un anarquista como vos. Terminamos recibiendo palos los dos, cuando en la esquina de Florida y Cuyo (3) nos reprimió la policía y los bomberos armados. Se me ocurrió algo —Paolo los acerca tomándolos del hombro a José y Carlos Federico— para hacerle morder la lengua… y así a lo mejor se envenena esa serpiente de Mujica Farías. Acercan las cabezas y cuchichean con animación durante un rato y terminan la charla con risueñas y estentóreas carcajadas.